Trataremos
de mostrar en este espacio que la venganza jamás puede ser un camino Correcto para la ética.
Si la ética es la reflexión acerca de lo que
nos conviene para ser felices, la reflexión en este caso nos
conduce a responder negativamente
a la pregunta del título. La venganza está siempre mal. No importa el mal que te hayan hecho: vengarse no
es nunca una solución, sino todo lo
contrario. Aunque hayas sido víctima de una injusticia muy grave,
la razón nunca puede justificar una venganza.
Pongámonos
en la piel de alguien que ha
sufrido algún tipo de daño
causado voluntariamente por otra persona. Pensemos, por ejemplo,
en alguien que ha sufrido la muerte por asesinato
de un ser querido. Pues bien, lo terrible de
un suceso así es que ya no tiene arreglo, que no hay marcha atrás.
Que en este caso nadie te va a poder devolver lo que te han quitado, Y la venganza tampoco.
Si
para vengarte matas a un asesino, te estarás equivocando de deseo. La muerte
es un mal
irreparable, o sea,
que hagas lo
que hagas la
pérdida es definitiva. El diccionario decía que
ese daño que tu quieres causar lo que busca
es compensarte de alguna manera, darte una satisfacción. Pero en
este tipo de casos, desgraciadamente, no hay
compensación posible. Que el asesino muera no
devuelve las cosas a la situación en la que estaban, que es lo que
tú realmente deseas.
Por
otro lado, ver muerto al asesino no sólo no ayuda a sentirse mejor, sino que
produce más daños.
Estaremos provocando un
nuevo dolor en los amigos y familiares (inocentes) de
quien nos hizo daño, estaremos creando unas
nuevas víctimas que quizá también quieran vengarse. Si todos vamos
aplicando el famoso "ojo por ojo",
éste acabará siendo un país de ciegos. Y esto no son simples suposiciones. La historia está
llena de ejemplos donde la aplicación de
las venganzas sucesivas entre familias, pueblos o países enteros,
lo único que ha conseguido es
la continuación de
más muertes, más
dolor, más odio,
más rencor… Pero nada de alivio, ninguna
satisfacción.
Como
ejemplo actual de ese ciclo de venganzas que se genera, podemos ver el conflicto entre Israel y
Palestina. Prácticamente desde 1948 estos dos
pueblos viven una guerra continua, donde cada bando considera
legítimos sus asesinatos porque ellos antes
sufrieron también otros asesinatos. Ya se olvidan
las razones que pueden tener unos y otros para pelearse y odiarse.
Hasta los gobiernos actúan movidos por la venganza
y no por el sentido común o la razón.
Esa
definición de venganza que da el diccionario es engañosa, porque de una venganza no puede obtenerse esa
satisfacción que uno buscaba. Quizá haya
quien argumente que sí puede sentirse cierto alivio al ver sufrir
a quien hizo tanto daño,
pero este argumento no es éticamente aceptable. No es “sano” alegrarse del dolor
ajeno, aunque inicialmente uno así lo crea. La venganza suele exigirse “en caliente”, cuando uno está demasiado
dolido para pensar con claridad. Y cuando
las cosas se hacen sin meditar, no suelen salir nada bien.
Renunciar
a la venganza no significa renunciar a la justicia. Lo que aquí se defiende es que la sociedad no puede
permitirse que cada uno se tome la justicia
por su mano. Eso sería un caos. Para hacer justicia están los
tribunales y los jueces.
Lo que sí es admisible éticamente es el deseo de que ese asesino no vuelva a hacer lo que hizo. Lo justo
es que se condene a esa persona, que vaya a
la cárcel y que pague así por lo que hizo. Porque ya sabemos que lo que hizo no tiene
arreglo.
Cuando
uno se toma la justicia por su mano, como suele decirse, tiende a “pasarse”. Es decir, la venganza suele
buscar causar un daño mayor del que le
han infligido a uno. Es algo así como que si tú me has matado a un
hijo pues yo te mato a dos. Por eso no podemos ser
los jueces de nuestra propia causa. Los
jueces tienen que ser objetivos e imparciales, cosa que
difícilmente podremos ser nosotros siendo
los perjudicados. La
justicia tiene que
aplicarla un tercero
neutral, que juzgue desde la razón y no desde el rencor.
Algunos
podrían aducir que también hay venganzas “frías”, venganzas que no se cometen cuando el daño acaba
de ser causado. Hay casos en los que
una persona ha dejado pasar mucho tiempo hasta que ha conseguido
llevar a cabo su venganza. Un plan trazado con la
mente “fría”, sabiendo lo que uno se trae
entre manos. Pero el hecho de que uno espere meses o años para
vengarse no significa que
se actúe desde
la razón. El
plan puede estar
bien pensado y
calculado, pero el móvil sigue siendo el odio, un sentimiento que
se habrá estado alimentando
durante todo ese tiempo.
En
definitiva, consideramos que la venganza es siempre un error. Un error que
va a traer
muchas más consecuencias
negativas que positivas.
Y unas consecuencias que no tiene en cuenta
la persona que se está vengando. Porque
quien actúa por venganza lo hace movido por una lógica absurda,
cruel y loca. Es fácil
equivocarse cuando se hacen las cosas “cegados” por sentimientos de odio.
Uno
puede sentir odio, eso es comprensible, pero el odio pasa, debe pasar para poder seguir viviendo. Esto es lo que
dice la ética. Que si quieres ser feliz, (y a
esto no ha renunciado nadie), no puedes vivir deseándole el mal a
nadie.